Querido alumno,
esto no es un pregón, ni un manifiesto. Es una llamada de auxilio. Es justo que
en este Día del Libro de 2014, instituido en conmemoración del manchego Miguel
de Cervantes y del inglés William Shakespeare, que acaso más hicieron para que
los libros fueran respetados, lo que procede es lanzar una llamada de auxilio,
que al mismo tiempo sea, si es que eso es posible, una invitación a la ilusión
y la esperanza.
El libro,
lector, alumno, siempre ha estado en tus manos. Siempre fueron ellas las que lo
sostuvieron contra las amenazas y los enemigos que le salieron al paso, y que
no fueron pocos. Quienes no celebran que los demás tengan felicidad y libertad,
que existen y no descansan, vieron desde siempre en el libro, con buen
criterio, un adversario al que debían combatir. No dudaron en prohibirlo,
romperlo, triturarlo, quemarlo. Luego se volvieron más sutiles, y optaron por ignorarlo,
por tratar de distraernos de él y finalmente por fabricar objetos con su misma
forma pero con muy diferente función.
Todos sabemos que los tiempos no son los propicios, que muchos
no tienen para sus necesidades básicas; no es a éstos a quienes se dirige esta
llamada. Sino a esos lectores y alumnos que pudiendo apostar por el libro, han
dejado de hacerlo.
No hay en esta llamada la menor sombra de reproche. Haga cada
uno con su libertad como mejor crea, y si el libro ha de morir porque la gente
dejó de amarlo, muera y quede en el recuerdo o el olvido, como la gente
prefiera.
Pero si queda alguien que de veras ame lo que los libros son y
contienen, demuéstrelo. Los libros no los hacen ni los harán jamás máquinas,
por muy sofisticada que pueda llegar a ser su programación. Los libros los
hacen personas que se dejan trozos de alma en el camino, con la aspiración,
acaso insensata, de llegar a formar parte del alma de otras personas.
Esto no es un reproche, alumno. Es simplemente un recordatorio.
El libro vive de tu afecto, no permitamos que nos lo quiten.
Lorenzo Silva (adaptación).
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